Cumbre


Eres el objeto de los deseos, el motivo, el aliciente, la causa de los esfuerzos, de los madrugones, de cientos de kilómetros recorridos por carreteras de todos los tipos, de las noches sin dormir. Ansiamos el momento de llegar, sin pensar en el sufrimiento y el dolor necesario para alcanzarte.
Una vez me preguntaron, que era lo que había en la cumbre que me causaba tanta atracción. Yo sólo pude sonreír y contestar "nada".

No podría explicarlo a alguien que no ha subido nunca. Y una vez que subes, este virus se mete en tu sangre y ya no tienes curación. Estas perdido. Te has convertido en un Yonki a la búsqueda continua de la próxima dosis.

Y hay quien, cuando llega a la cumbre, lo hace con un afán de victoria, de dominación, de conquista de la montaña. Ilusos, las montañas no son conquistadas, ni dominadas, ni mucho menos vencidas, tan sólo han dejado por unos momentos acercarnos a su tesoro, su regazo, su cumbre.

Por muchas veces que subas una montaña, no te pertenece, en realidad tú le perteneces a ella, pues ella puede seguir sin ti sin inmutarse, no te necesita, mientras tú, simple humano, no puedes vivir sin ella, sin su imagen en tu memoria.

Memoria que se refresca con tus cicatrices. Cicatrices en tu corazón por los amigos perdidos, y en tu cuerpo. Señales de los zarpazos con los que la montaña, como las amantes, a veces nos recuerdan que les pertenecemos.

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